sábado, 15 de abril de 2017

Hacer ciudad es hacer política.

“La arquitectura se encuentra desconectada de la realidad del presente y está perdida en el pasado”. Con esta contundente afirmación empezaban Le Corbusier y Amédée Ozenfant la serie de textos publicados en la revista de vanguardia L’Esprit Nouveau en 1920. El urbanismo nació y se desarrolló como disciplina práctica de intervención sobre el territorio, para "ordenarlo" con el fin de organizar el funcionamiento de la ciudad y el acceso a los bienes y servicios colectivos de sus habitantes y sus usuarios. Pero también expresó desde sus inicios una vocación de transformación social, de mejorar la calidad de vida de las poblaciones más necesitadas, de reducir las desigualdades. Esta vocación política ha ido desapareciendo de gran parte del urbanismo actual; además, el pensamiento de este urbanismo, por llamarlo de alguna manera, ha "naturalizado" como evidencias objetivas o mecanismos intocables los efectos del capitalismo. Es necesario combatir las palabras, los pseudoconceptos que oscurecen la realidad y justifican los desmanes urbanísticos. ¿No es confuso proponer sostentabilidad sin denunciar los efectos insostenibles de muchas obras públicas, del desarrollo periférico extensivo, de las legislaciones urbanísticas y financieras permisivas, etc.? ¿Son creíbles los programas políticos que propugnan el derecho a la vivienda, a la movilidad o al acceso a las centralidades y, sin embargo, no proponen medidas para atajar la especulación del suelo y la exclusión de los sectores populares de las áreas centrales renovadas y la regulación del transporte público para que sea accesible, por la extensión de la red y por el precio de la tarifa, a toda la población? Los discursos abstructos sobre "gobernabilidad o gobernanza", ¿tienen alguna utilidad que no sea contribuir a des-responsabilizar los Gobiernos y a legitimar la inflación institucional?

Arquitectura y Política, ensayos para mundos alternativos.

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